Wilde
La siguiente parada de nuestro viaje por las letras del teatro ha sido “La importancia de llamarse Ernesto” escrita en 1895 por un gigante de las letras (afirmación nada gratuita y que no hace referencia solo a su enorme talento, pues era realmente corpulento y media mas del metro noventa), el irlandés Oscar Wilde. Merece la pena que nos detengamos en conocer un poco la vida trágica y genial de un hombre que no quiso someterse a las rígidas normas de la mojigata y, en numerosas ocasiones, hipócrita sociedad victoriana pagando severamente las consecuencias de su rebeldía. Su necesidad de vivir la vida a grandes sorbos y su concepción de el “arte por el arte” como forma de expresar lo efímero de lo bello y la juventud que nos conduce irremediablemente a la decadencia física que nos impone el tiempo son los ejes sobre los cuales gira gran parte de la temática que trata en sus obras. Un esteticismo y una decadencia que le obsesionaba. Una decadencia a la que siempre se resistió.

Oscar Wilde es un libre pensador constreñido por la sociedad en la que le tocó vivir. Un espiritu jovial y rebelde que siempre intentó callar, sin éxito. Un hombre algo adelantado a las ideas de su época.

Novelista, poeta, crítico literario y autor teatral, gran exponente del esteticismo, cuya principal característica era la defensa del arte por el arte. Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde nació el 16 de octubre de 1854, en Dublín y estudió en el Trinity College de esa ciudad. De joven solía participar en las reuniones literarias organizadas por su madre. Más tarde, siendo estudiante de la Universidad de Oxford, destacó en el estudio de los clásicos y escribió poesía; su extenso poema “Ravenna” ganó el prestigioso premio Newdigate en 1878, y convirtió el estilo bohemio de su juventud en una filosofía de vida. En Oxford, recogió la influencia de innovadores estéticos como los escritores Walter Pater y John Ruskin. De carácter excéntrico, el joven Wilde llevaba el pelo largo y vestía pantalones de montar de terciopelo. Su habitación estaba repleta de objetos de arte, como girasoles, plumas de pavo real y porcelanas de china. Sus actitudes y modales fueron repetidamente ridiculizados en la publicación satírica Punch y en la ópera cómica de Gilbert y Sullivan “Paciencia”.

A pesar de ello, su ingenio y su talento le hicieron ganar innumerables admiradores. Su primer libro fue “Poemas” (1881), y su primera obra teatral, “Vera o los nihilistas” (1882), se representó por primera vez en Nueva York, ciudad en la que el autor se encontraba por entonces, de paso en una larga gira de conferencias por los Estados Unidos. Tras ella, se estableció en Londres y, en 1884, se casó con una mujer irlandesa muy rica, Constance Lloyd, con la que tuvo dos hijos. A partir de entonces, se dedicó exclusivamente a la literatura. Entre sus primeras obras se cuentan dos colecciones de historias fantásticas, escritas para sus hijos, “El príncipe feliz” (1888) y “La casa de las granadas” (1892), y un conjunto de cuentos breves, “El crimen de lord Arthur Saville” (1891). Su única novela, “El retrato de Dorian Gray” (1891), es una melodramática historia de decadencia moral, que destaca por su brillante estilo epigramático. Aunque el autor describe todo el proceso de la corrupción del protagonista y, a través del sorprendente final, defiende la lucha contra la degradación moral, los críticos de su tiempo continuaron considerándole un inmoral. Las obras teatrales más personales e interesantes de Wilde fueron las cuatro comedias “El abanico de lady Windermere” (1892), “Una mujer sin importancia” (1893), “Un marido ideal” (1895) y “La importancia de llamarse Ernesto” (1895), caracterizadas por unos argumentos hábilmente entretejidos y por sus ingeniosos diálogos.

En 1895, en la cima de su carrera, se convirtió en la figura central del más sonado proceso judicial del siglo, que consiguió escandalizar a toda la mojigata clase media de la Inglaterra victoriana. Wilde, que había mantenido una íntima amistad con Lord Alfred Douglas (conocido como Bosie). Al enterarse el padre de éste, el marqués de Queensberry, le dejó una nota a Wilde en el club que frecuentaba: "To Oscar Wilde posing as a somdomite." (SIC) (Traducción aproximada: "A Oscar Wilde, que alardea de sodomita"). El escritor, animado por Bosie, denunció al marqués por calumnias, esgrimiendo la amoralidad del arte como defensa. Sin embargo, Óscar Wilde terminó siendo denunciado y procesado. Condenado a dos años de trabajos forzados en el juicio celebrado en mayo de 1895, salió de la prisión arruinado material y espiritualmente. Una ruina mental de la que ya nunca se recuperaría.

A pesar de su escasa experiencia dramática, consiguió demostrar un talento innato para los efectos teatrales y para la farsa, y aplicó a estas obras algunos de los métodos creativos que solía utilizar en sus restantes obras, como las paradojas en forma de refrán inverso, algunas de las cuales han llegado a hacerse muy famosas: -Experiencia es el nombre que cada uno da a sus propios errores- o -¿Qué es un cínico? Una persona que conoce el precio de todo y el valor de nada-. En contraste con sus comedias, “Salomé” es una obra teatral seria acerca de la pasión obsesiva. Originalmente escrita en francés, la estrenó en París en 1894 la reconocida actriz Sarah Bernhardt. Posteriormente, el compositor alemán Richard Strauss compuso una ópera homónima basada en ella. Lord Alfred Douglas la tradujo al inglés, en 1894, y el artista ebast Beardsley la ilustró. En la cárcel, Wilde escribió “De profundis” (1895), una extensa carta de arrepentimiento por su pasado estilo de vida. Algunos críticos la han considerado una obra extremadamente reveladora; otros, en cambio, una explosión sentimental muy poco sincera. “La balada de la cárcel de Reading” (1898), escrito en Berneval, Francia, muy poco después de salir de prisión, y publicado anónimamente en Inglaterra, es uno de sus poemas más poderosos. En él retrata la dureza de la vida en la cárcel y la desesperación de los presos, con un lenguaje bello y cadencioso. Durante muchos años, el nombre de Oscar Wilde sobrellevó el estigma impuesto por la puritana sociedad victoriana. En la actualidad, el artista que se esconde tras ese nombre ha sido reconocido como un brillante crítico social, y sus obras mantienen una vigencia universal.

Desengañado de la sociedad inglesa, en mayo de 1897 Oscar abandona definitivamente la cárcel. Pasó el resto de su vida en París, y se traslada ese mismo día a un pueblito costero al norte de este país, viviendo bajo el nombre falso de ebastián Melmoth. Allí, y de la mano de un sacerdote irlandés de la Iglesia de San José se convirtió al catolicismo, fe en la que murió en 1900.

Como muestra del gran talento de Wilde aquí os dejamos unas frases o reflexiones que dan buena muestra de su pensamiento y del gran e irónico conversador que debió ser.
Disfrutadlas.

Mutis.

"A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante."

"Un hombre puede ser feliz con cualquier mujer mientras que no la ame."

"Las mujeres han sido hechas para ser amadas, no para ser comprendidas."

"No hay nada como el amor de una mujer casada. Es una cosa de la que ningún marido tiene la menor idea."

"No voy a dejar de hablarle sólo porque no me esté escuchando. Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres. A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo."

"Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es todo. "

"Si usted quiere saber lo que una mujer dice realmente, mírela, no la escuche."

"La única ventaja de jugar con fuego es que aprende uno a no quemarse."

"La experiencia no tiene valor ético alguno, es simplemente el nombre que damos a nuestros" errores.

"Las preguntas no son nunca indiscretas. Las respuestas, a veces sí."


O. Wilde.
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