Para siempre Cyrano.

Que delicia poder encontrarse con una obra protagonizada por un personaje de la altura de Cyrano de Bergerac. Un personaje que, nos guste o no, nos identifiquemos con él o no, no deja indiferente a nadie. Y eso ya es un triunfo. ¿Cuántas veces habremos leído la pieza, repasado nuestros fragmentos favoritos hasta memorizarlos? ¿Cuántas veces nos habremos visto con nuestro corazón henchido con los versos de Rostand? ¿Cuántas veces habremos deseado vernos en la platea de un corral de comedias desafiando al mundo con nuestro “…y al finalizar, os hiero”?

¿Cuántas veces hemos soñado con ser Cyrano? Y no nos damos cuenta de que hay un Cyrano dentro de todos nosotros. Quizá ahí radique el éxito universal de esta obra y de este personaje. Pero antes de hablar de él conozcamos un poco a su “padre” literario.

Edmond Rostand nació en el seno de una familia acomodada en Marsella donde permaneció hasta comenzar sus estudios de derecho en París. Allí se estableció posteriormente sin ejercer su profesión. En 1888 escribió su primera obra de teatro: Le gant rouge seguido de un volumen de poesía en 1890 Les musardises. Ese mismo año contrajo matrimonio con la poetisa Rosemonde Gérard. Tuvieron dos hijos Maurice Rostand en 1891 y Jean Rostand en 1894.

En 1894 presentó una comedia teatral exitosa: Les romanesques. Pero fue su obra Cyrano de Bergerac estrenada el 28 de diciembre de 1897 la que le aportó una inmensa gloria. Su temor al fracaso con esta obra fue tal que llegó a reunir a sus actores unos minutos antes de la primera representación para pedirles perdón por haberles involucrado en una obra tan arriesgada. A partir del entreacto la sala aplaudía de pie y Rostand fue felicitado por un ministro del gobierno tras su finalización entregándole su propia medalla de la Legión de honor para felicitarle añadiendo que: “tan solo se está adelantando ligeramente en el tiempo con esta condecoración”. La obra finalizó con veinte minutos de aplauso interrumpido por parte del público. Impresionante.

¿Pero existió realmente un coloso de la talla del Señor de Bergerac? Pues si.

Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac nació el 6 de marzo de 1619 en París y falleció un 28 de julio de 1655 en Sannois, a los 36 años de edad, como consecuencia de las importantes heridas recibidas al caerle una gran viga encima.

Escritor francés de nacimiento y de alma, contemporáneo de Boileau y de Molière, poeta y libre-pensador, arrogante y fantasioso, firmaba sus escritos con nombres más o menos imaginarios que él hacía suyos. En 1638 adopta el nombre de Bergerac que correspondía a las tierras que pudo comprar su abuelo (Savinien I de Cyrano) al enriquecerse con su negocio de pescadería, y gracias a lo cual la familia de Hercule-Savinien entró en el círculo de la pequeña nobleza.

Su infancia transcurrió en Saint-Forget (actualmente Yvelines) trasladándose a París, donde escogió la vida militar, pasando a la fama por su valor rozando la audacia y sus numerosos duelos.

Retirado de la vida militar tras recibir una herida en la garganta durante el sitio de Arrás, contra las tropas españolas, comenzó a estudiar filosofía con Pierre Gassendi.

Es recordado como un de los más trascendentes escritores del seiscientos francés, con una enorme versatilidad que le permitía alternar entre la novela, dramaturgia y sátira. Figura polémica, se lo discutió y censuró en diversas oportunidades, considerándoselo “un mártir libre-pensador”, (Paul Lacroix); un “científico incomprendido” (Pierre Jupont); un “libertino sin arte ni parte” (Lechevre); un “racionalista militante” (Weber), y “pretendido alquimista” (Eugène Canseliet).

Aunaba, pues, todos los atavíos de la genialidad.

En la obra que lleva su nombre es el protagonista indiscutible, aguerrido soldado, verborrágico poeta, orgulloso hasta la necedad, tan dado a las bravatas como a las causas nobles, y un oculto romántico, todo ello enmarcado por una enorme y grotesca nariz. Claro que este poco sutil apéndice nasal lo mantiene alejado de las mujeres, en particular de su prima Roxana, a quien ama desde su niñez.

En cierto momento, Roxana, ignorante del amor que Cyrano profesa por ella, le confiesa estar enamorada del joven Cristián, un nuevo recluta del cuerpo de los Cadetes de la Gascuña, al cual su primo pertenece y tiene fuerte ascendencia. Roxane le pide que lo ponga bajo su ala protectora. Cyrano, entonces, propone a Cristián, tan guapo como tosco para la elocuencia, escribir sus cartas de amor a Roxana, de manera de por lo menos expresar a su amada sus sentimientos. Roxana, cae rendida ante las palabras de Cristián, confesándole que si bien su amor comenzó por el atractivo físico, ahora está prendada de su alma.

Desvastado Cristián, y desbordante Cyrano, que aún no se atreve a revelar la verdad, ambos marchan al frente, donde Cristián antes de morir pide a Cyrano que explique la verdad a Roxana, algo que no ocurrirá hasta que sea demasiado tarde, y de manera accidental, pues Cyrano prefiere que su prima conserve la imagen de ese amor idílico por siempre.

Cuan fácil resulta resumir una historia tan enorme. Enorme en guiños, recursos, ambientación, orgullo, texto, rimas, métrica… Una obra redonda. Es, en mi opinión, uno de esos pocos casos en los que las musas o la divinidad se conjuran para que un autor cruce los umbrales de la inmortalidad a través de sus personajes, a través de la genialidad.

Bravo, señor Rostand. Bravo, Cyrano.

Mutis.
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